lunes, 23 de julio de 2012

lindas




Nos preparaban para ser buenas en eso. Nos vestíamos para la ocasión con colores vivos, alegres, bailarines. Y antes de que llegaran dábamos varias vueltas en la pista, para no arriesgar nuestra vida ante la humillación que podría llegar ser no ser perfectas.
Yo lograba hacer equilibrio en un pie y mis brazos podían extenderse casi por fuera de mi cuerpo. Generalmente estaba peinada igual que los días anteriores, había aprendido a respirar, a callar, a consentir.
De todas las vueltas posibles, yo siempre daba alguna al revés en algún momento que no lograba transcender. Por suerte. Mi vestido era naranja y tenía estampado en la panza una flor esteriotipada primaveral que cualquiera con ojos cerrados puede dibujar con los pies. Usaba vincha de tela y ninguna pulsera. 
La llegada tenía que ser, indefectiblemente, una competencia. Cómo saber si íbamos a poder bailar?! O por lo menos hacer equilibrio sin forzar las flores, los naranjas, las vueltas, las piernas.
Cuando fue, fue durante la mañana, la tarde y la noche.
Al terminar un giro para un lado que no recuerdo, habiéndolo visto antes sin haberlo visto lo ví ya listo. Me extendí hacia todos lados como si el ensayo nunca me hubiese dolido.
Nunca más pude recordar todos los pasos aprendidos. Mi vestido, de pronto, era de otro color. Las flores habían desaparecido. Por suerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

las unicas flores que quedaban era las que te habia traido