Nos
preparaban para ser buenas en eso. Nos vestíamos para la ocasión con colores
vivos, alegres, bailarines. Y antes de que llegaran dábamos varias vueltas en
la pista, para no arriesgar nuestra vida ante la humillación que podría llegar ser
no ser perfectas.
Yo lograba hacer
equilibrio en un pie y mis brazos podían extenderse casi por fuera de mi
cuerpo. Generalmente estaba peinada igual que los días anteriores, había
aprendido a respirar, a callar, a consentir.
De todas
las vueltas posibles, yo siempre daba alguna al revés en algún momento que no
lograba transcender. Por suerte. Mi vestido era naranja y tenía estampado en
la panza una flor esteriotipada primaveral que cualquiera con ojos cerrados
puede dibujar con los pies. Usaba vincha de tela y ninguna pulsera.
La llegada
tenía que ser, indefectiblemente, una competencia. Cómo saber si íbamos a poder
bailar?! O por lo menos hacer equilibrio sin forzar las flores, los naranjas,
las vueltas, las piernas.
Cuando fue,
fue durante la mañana, la tarde y la noche.
Al terminar
un giro para un lado que no recuerdo, habiéndolo visto antes sin haberlo visto
lo ví ya listo. Me extendí hacia todos lados como si el ensayo nunca me hubiese
dolido.
Nunca más
pude recordar todos los pasos aprendidos. Mi vestido, de pronto, era de otro
color. Las flores habían desaparecido. Por suerte.
1 comentario:
las unicas flores que quedaban era las que te habia traido
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