lunes, 16 de enero de 2012

Día de playa lejos del mar (basado en una historia de un día real)



Fuimos a tomar sol a las 6 de la tarde al igual que los jubilados y los bebés y las parejas que van a caminar con shortcitos, buzo y ojotas en la mano. El sol de los días en que yo no estaba lo habían dejado rojo, inmóvil y fastidiosamente charlatán.
Cuando llegué a su departamento acomodé mis cosas, que eran pocas. Dos remeras, pañuelitos muchos, pastillas para la alergia, ibupirac para la espalda, un buzo, dos bombachas, el cargador del celu, tres lapiceras y una libretita. Después de acomodar todo esto –que me llevó casi un minuto- fui corriendo a saludarlo. Estaba rojo, inmóvil y fastidioso y se sonrío al verme. Le tuve que dar un beso finito en la frente, me senté a su lado y al mirarlo profundamente a los ojos largué una carcajada tan poderosa que mi cuerpo se tiró para atrás y tuve que agarrarme la panza para que no se me desparrame la risa. Él se reía con la boca y trataba de seguirme con los ojos, pero si se movía “le tiraba la piel”. Sus humildes y limitados “ji ji ji” me dieron tanta pena que le di un beso un poco más grueso bastante debajo de la frente. Le pregunté cómo estaba y me puse a hablar en serio. Me dijo que el sol está cada vez más zarpado, que había jugado a la pelota, que se había metido al mar, que había comido rabas y todas esas porquerías de mar que no conozco los nombres, que había tocado la guitarra en la playa y que había hecho el esfuerzo de levantarse para esperarme sentado y acostumbrarse a que la piel le tire desde esa posición. Había pasado una mala noche insolado tirándose agua fría en la espalda y en los hombros. Le ofrecí cantarle para que se duerma, pero me dijo que no se iba a dormir ahora que yo había llegado, entonces le dije “ah, bueno, entonces vamos a la playa?”. Me miró de reojo sin girar el cuello, nos reímos, dijo “aayy” y se acostó. Mientras él dormía, preparé el almuerzo. Prendí la tele, y me quedé viendo Mammá Mía. Abrí la Coca Light que al haberla encontrado cerrada en la heladera significaba que él me quería y me esperaba y me senté a verla con el volumen bajo para no despertar el sueño que lo había atrapado dejándolo casi muerto pero sin fastidio.
  Mis pies estaban descalzos arriba de una mesita, silencio, sólo un poquito de Abba, yo estaba en silencio, de vez en cuando se escuchaban algunas voces, ruido a metal de reposeras, baúles cerrándose y después de vuelta silencio. Él, con la piel color salsa golf, los ojos cansados y durmiendo, me provocaba una inconmensurable ternura que a veces, depende como me mire o cuán salvajes sean sus palabras, se transforma en excitación y otras, cerveza de por medio puede ser una amistad tan genuina que logra disipar mis delirantes convicciones.
 Pasó Dancing Queen, Voulez-Vous, y cuando miraba emocionada Slipping through mi fingers él giró la cabeza y me dio la mano. No lo miré. Al saber que ya estaba despierto pude cantar en voz alta. Cuando terminó la canción nos miramos con ternura. Empezó The winner takes it all. Me dijo “dale, cantá”. Le dije que no, que esta canción no me gusta. Me dijo que soy muy mentirosa y me apretó la mano para que me duela. Los últimos versos de la canción son a los gritos así que me hice la Meryl Streep e hice mi performance. La peli quedó de fondo y serví la comida.