Estoy en Londres. Son las 12.06 am. Ya es sábado 24 de julio. Y ya me siento de viaje. Empecé a sentirme de viaje cuando me subí a una bicicleta y empecé a volar sin importarme las ocho ampollas que me hacían ver las estrellas cada vez que pisaba y sin importarme que la pollera se me subiera hasta la cabeza. Era bueno y excitante sentir el viento en todos lados. Casi, casi podía volar, controlar mi cuerpo, avanzar, correr, disfrutar de la naturaleza, admirar el milagro de la sombra, escribir poesías con las piernas y dejar cada uno de mis sueños en los pedales. Y cerrar los ojos…
Es hermosa París. Es romántica, armónica. Se parece a licor de limón y mousse de chocolate, a panqueque de manzana quemado al rhum, a besar por primera vez a un hombre y sentir cómo te agarra con delicadeza la cintura, a caminar con tacos y sentirte dueña del mundo. París… Qué belleza. ¡Qué mujer! Anciana, sabia, experimentada, veterana, con cicatrices históricas y rasgos soberbios. Sangre perdida en diminutos monumentos, gigantes de piedra a lo largo y a lo ancho listos para la foto y para contar alguna historia del pasado, y…. el Arte. Lo mejor del mundo: el ARTE. La maravilla, la fascinación que sentimos los que fuimos bendecidos por ser capaces de conmovernos apreciando colores, combinaciones, formas, expresiones, sonidos, lo que sea que nos llegue, porque queremos que nos llegue, que nos toque, que nos hiera. Amé el arte de París. El del Louvre y el de un balcón de alguna calle de algún lugar de la ciudad cuando la luna se posó a descansar y me lastimó el amor que no me acompañó a Paris y encontré en ese balcón perdido con una ventanita que creí conocida.
En París fui a museos, me perdí por la calle, caminé horas eternas bajo el sol, me deshidraté y creí morir cuando subí 256 escalones, visite un palacio, almorcé sentada en la vereda, me indigné por los baños unisex, me enamoré de los hombres franceses, hablé en inglés, admiré la Opera y, entre tantas otras cosas, me emocioné con un cuadro.
Lo que más me gustó fue andar en bicicleta. Suelen decir que lo mejor llega cuando uno no lo espera, o algo así. No sé. Nunca le hago caso a lo que se suele decir. (no sé bien a qué le hago caso).
En Paris te hablé mirando un balcón, no estabas ahí, yo lo sabía. Y seguí andando.
A pesar de todo me gusta perderme.
En Paris te hablé mirando un balcón, no estabas ahí, yo lo sabía. Y seguí andando.
A pesar de todo me gusta perderme.
1 comentario:
que haces genia!
Odio las redes sociales, no así estos "espacios virtuales".
No conozco Paris ni a Iván ni el-los balcones de la foto pero bienvenido el cóctel para semejante sensación.
Te leeré siempre.
Abrazo!
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